Thursday, February 01, 2007


FUNDAMENTO DE LA ESCLAVITUD

Fernando Winfield Capitaine.

Las primeras experiencias esclavistas de los españoles se derivaron del conocimiento acumulado en la península ibérica. Como apunta Aguirre Beltrán, "esclavos hubo en España desde tiempos remotos; la guerra de reconquista le permitió la adquisición de grupos numerosos; sin embargo, su existencia legal no implicó el establecimiento de un sistema de economía basado en la explotación de los cautivos, ni el desarrollo de un comercio regular de hombres.
"Aún en los años que siguieron a las asombrosas exploraciones de los portugueses por las costas del Africa, con el consecuente conocimiento de paganos de piel obscura que podían ser vendidos como siervos, el comercio humano no siguió un impulso digno de tomarse en cuenta. La fundación de ingenios de azúcar en las islas Azores, Canarias y S. Tomé, con la esclavización de los habitantes de estos parajes, permitió una corriente de esclavos que con el tiempo adquirió importancia; pero estos primeros ensayos quedaron limitados por la estrechez del área geográfica".[1]
Pero no es sino cuando se da el descubrimiento de América y la consecuente disminución de la población nativa, cuando empieza a crecer la necesidad de importar mano de obra africana, para substituir a la indígena. Con lo acontecido en el Caribe, los españoles adquieren experiencia en los aspectos económicos relacionados con los esclavos. Al llegar a México ya traen consigo un modelo perfecto de explotación de los negros, aplicándolo en la Nueva España.
Angola y el Congo suministraron numerosos esclavos a México; tales pueblos procedían de sociedades basadas en una estructura agraria, sin desconocer que la propia plantación esclavista era conocida en Africa.
El inicio del tráfico legal de esclavos a las Indias fue originado por una instrucción de los Reyes Católicos a Nicolás de Ovando, gobernador de la isla Española, para "que no se consintiese ir ni estar en las Indias, judíos, ni moros, ni nuevos convertidos: que se dejasen pasar esclavos negros, nacidos en poder de cristianos, y que se recibiere en cuenta a los oficiales de la Real Hacienda lo que por sus firmas se pagase".[2]
Aunque la mentalidad difusionista ha sugerido la presencia del negro en la etapa precolombina, ello no ha sido demostrado fehacientemente con pruebas científicas. Aparentemente, el principal propagandista de esta idea es Melgar quien en 1862, al describir a la cabeza colosal de Hueyapan sugiere que es de rasgos etíopes.
Lo que si ha estado confirmado por la abundante documentación colonial es que desde los primeros momentos de la conquista española iniciada en 1519 y consumada en 1521, la presencia del negro ha sido manifiesta. Algunos negros aculturados en España acompañaron las primeras expediciones guerreras.
Los negros de la Conquista guerrearon contra los indios sellando así un pacto de amor y odio que caracterizó las relaciones interétnicas entre invadidos e invasores a lo largo de los crueles siglos de coloniaje. Aún en nuestros días, esas relaciones de aceptación y rechazo se observan en las zonas donde la genética y la cultura siguen enfrentando a indios y afromestizos; tal es la secuela que dejó el sistema racista que oprimió a las dos etnias sobre las que descansó la sociedad de explotación colonial.[3]
Uno de ellos introdujo el cultivo del trigo en México; el otro, desafortunadamente, la viruela, enfermedad responsable de gran número de decesos entre la población indígena.
El Padre Fray Bartolomé de Las Casas fue un decidido impulsor de la introducción de esclavos negros al Nuevo Mundo con el objeto de defender a los naturales de América, aunque dicha posición la cambió arrepentido en los últimos años de su vida. Es decir, Las Casas consideró que había cometido un error al apoyar el comercio de población africana en tierra americana.
Las licencias para el comercio de negros fueron controladas por la Corona Española y recibieron el nombre de asientos. El nombre de muchos de ellos se conservan en la Recopilación de las Leyes de Indias, instrumento legal que regulaba las relaciones jurídicas de los reyes de España con sus súbditos. El creciente corpus de legislación indiana fue acumulando disposiciones de derecho que a lo largo del tiempo fueron haciéndose más difíciles de recordar.
Las naciones que dominan el comercio negrero en México fueron los portugueses incrementándose su participación en la temporada en que se unieron las coronas de España y de Portugal de 1580 a 1640. Posteriormente los ingleses son los que comercializan en México a la población africana, en un triple triángulo que ha sido descrito por Mannix: armas, municiones y telas fabricadas en Inglaterra a cambio de negros; su venta en América a cambio de oro, aguardiente y otros géneros que a su vez se cambian en Inglaterra por más armas, municiones y telas, para reanudar el triángulo comercial. En el siglo 18 los factores (vendedores de negros legalmente establecidos) fueron Luis Haiz, Guillermo Buttler y Enrique Spencer, los cuales españolizaron sus nombres de pila, por la década de los cuarenta del siglo XVIII en Veracruz.
Al término del siglo dieciséis una instrucción del Conde de Monterrey encaminada a la protección de la población nativa, estimuló la importación de esclavos africanos, con la idea de suplir la mano de obra indígena y de esa manera proteger su descenso demográfico. El 2 de abril de 1599 el conde de Monterrey expidió el ordenamiento mediante el cual se limitó de manera drástica la utilización de mano de obra indígena para trabajar en ingenios y trapiches de azúcar. En primer término se prohibía que fueran empleados dentro del ingenio mismo, es decir, que se les utilizara en el proceso de la fabricación del azúcar. En segundo lugar se suspendía el suministro de indios de repartimiento. Sólo quedaba abierta la posibilidad de emplear, en las labores de campo, indios que por voluntad propia alquilaran su trabajo. Con estas medidas quedaban los ingenios y trapiches privados casi de la totalidad de su mano de obra.
Temporalmente -hasta mayo de 1600- se autorizó el uso de indios de "socorro", mientras los hacendados se pudieran abastecer de nueva mano de obra, con el fin de no dejar paralizada la industria.[4]
La respuesta a estas limitantes fue inmediata: en Xalapa se incrementó la compra de negros africanos a fines del siglo XVI con destino a ingenios y trapiches.[5] En el periodo de 1578 a 1600 se dieron 208 ventas de esclavos negros con un alto porcentaje de bozales, de los cuales 139 fueron hombres y 69 mujeres. Francisco Hernández de la Higuera declaró poseer 120 esclavos en 1597 y en 1606 ya sumaba 200. A fines del siglo XVI, Alonso de Villanueva tenía 30 negros y Juan del Castillo contaba 12.[6]
Si bien los españoles ocupan mano de obra africana en casi todas las incipientes actividades económicas, como la minería, los obrajes, la ganadería, es en relación con la explotación del azúcar cuando adquiere mayores dimensiones el esclavismo.
Para Carmen Viqueira, el negro, además de participar en las actividades productivas relacionadas con el azúcar, extendió su influencia como trabajador permanente a todo espacio económico. Esclavos africanos ejecutaron la trajinería y trato de las mercaderías en el puerto de Veracruz, fueron vaqueros de las grandes extensiones dedicadas a la ganadería, trabajadores obligados en los obrajes por disposiciones oficiales, servidores domésticos en casas de señores y religiosos, y artesanos y trabajadores de la construcción en ciudades y haciendas.[7]
En el siglo 18 el llamado Código Negro intentó influir para suavizar el trato que recibían los esclavos por parte de sus amos. Fue dirigido especialmente a los dueños de negros en Santo Domingo, pero copias de él se distribuyeron en todo América, llegando a Amatlán de los Reyes, Veracruz.
En la Navidad, al esclavo de las haciendas se le obsequiaba un juego de ropa que supuestamente le debía de durar todo el año. El llamado esclavo urbano generalmente gozaba de mejor trato. Algunos casos excepcionales registrados nos hablan de que fue sujeto de herencia por parte de su amo,[8] sembró pequeñas porciones de terreno para ayudarse en su mantenimiento como se dio en la hacienda de San Pedro Buena Vista, alias La Orduña, cerca de Xalapa.
Durante el siglo dieciocho, el comercio de esclavos tuvo altibajos, dependiendo entre otras cosas del precio internacional del azúcar y de las revueltas negras en Las Antillas, que afectaron notablemente sus precios.
El trabajo esclavo era la base de la producción y de la organización social en las plantaciones y en los ingenios, al paso que en las encomiendas y otras unidades productivas predominaban distintas formas de trabajo forzado. Se trataba de dos procesos contemporáneos, que se desarrollaban en el ámbito del proceso más amplio y principal de reproducción del capital comercial. El motor de ese proceso más amplio era el capital comercial, que regía la producción de mercancías en Europa y en las colonias europeas del Nuevo Mundo y de otros continentes.[9]
Desde el siglo XVI, en que se inició el tráfico de africanos hacia el Nuevo Mundo, hasta el siglo XIX, en que ese tráfico cesó y terminó la esclavitud, cerca de 9'500,000 negros habrían sido transportados desde Africa. La mayor parte de ellos fue llevada al Brasil, que absorbió el 38 por ciento del total. Otro 6 por ciento fue llevado a Estados Unidos. A las Antillas británicas fue el 17 por ciento, y otro 17 por ciento fue llevado a las colonias españolas. Cuba recibió 702,000 africanos; es decir, más que cualquier otra colonia española, mientras que México importó cerca de 200,000,[10] hasta la abolición de la esclavitud en el año de 1824.
El mercantilismo del siglo XVI fue la fuerza que movió a los mercaderes para cruzar los mares y llegar a los fines de los cuatro continentes; además del oro, las especias, el marfil y otras mercancías igualmente codiciadas, fueron los esclavos y su tráfico lo que representó en ese momento el comercio más lucrativo; para realizarlo fue necesario considerar al africano como una más de las mercancías del comercio colonial. El esclavo, que antes era una propiedad suntuaria del europeo, pasó a ser el negro, una mercancía que producía tres veces plusvalía: al venderse, al trabajar en la producción y al reproducirse.[11]
Para explicar el carácter represivo y violento de las relaciones esclavistas de producción, es necesario comprender que el esclavismo es un sistema de producción de plusvalía absoluta, un sistema en el cual la mercancía aparece inmediata y explícitamente como producto de la fuerza de trabajo enajenada. Además, el esclavo está doblemente enajenado: como persona, en cuanto propiedad del señor, y en su fuerza de trabajo, facultad sobre la cual no puede tener dominio. El esclavo es obligado a producir mucho más de lo que recibe para vivir y reproducirse; y no dispone de condiciones para negociar ni el uso de su fuerza de trabajo ni a sí mismo.[12]
La esclavitud impidió el significativo progreso tecnológico que pudo haber elevado sustancialmente la productividad, llevando a la agricultura a la aplicación de unos métodos que agotaban el suelo. Las plantaciones eran demasiado grandes como para poder fertilizarlas fácilmente. El poco cuidado de los esclavos para con los animales impedían la acumulación de suficiente estiércol.[13]
En cambio, los holandeses contribuyeron notablemente con el desarrollo tecnológico de sus plantaciones en sus posesiones de América, incrementando notablemente los rendimientos de la producción, logrando una mayor productividad en los campos de caña de azúcar y su industrialización. La experiencia holandesa ha sido detallada en algunos trabajos de investigación en la década de los setentas del siglo XX.
Posteriormente y con el descenso del precio de los esclavos otros grupos económicos tuvieron la oportunidad de adquirirlos, como herreros y panaderos, aunque ya bien avanzado el siglo dieciocho. Casos de excepción fueron mestizos y uno que otro mulato y pardo. Quedaron exceptuados los indígenas, a pesar de que muchos caciques contaron con los recursos suficientes como para poder proveerse de algunos de aquellos. En Perú, no obstante, otras condiciones sociales hicieron posible que los indios tuvieran esclavos, por lo que tal práctica no fue desconocida por el estamento nativo,[14] pero fue a nivel regional limitado.
Muy tardíamente los representantes del sistema esclavista se darían cuenta que los gastos de capital son mucho más grandes y arriesgados para el trabajo esclavo que para el trabajo libre.
Los esclavistas, tanto por razones de tipo económico como por las de prestigio social, efectúan sus reinversiones según las mismas normas que presidieron la inversión original, es decir, en la adquisición de esclavos y de tierras, con lo cual el progreso económico tiene un carácter cuantitativo.[15]
Los lugares de destino económico de los esclavos fueron las estancias agrícolas y ganaderas, trapiches e ingenios azucareros, herrerías, panaderías y otros oficios menores; en el caso de los obrajes fueron especialmente destinados a la ciudad de Puebla. En la minería su participación fue destacada, sobre todo en Guanajuato y Zacatecas.[16]
Las tareas agrícolas en que se vieron implicados los esclavos fueron variadas, desde las más sencillas a las más complejas, dependiendo de la habilidad y educación personales. Comprendían el corte y acarreo de la leña; la roza de terrenos; la siembra, escarda y cosecha del maíz, frijol y otros productos; la ganadería; la apertura de zanjas y obras de mejoramiento de instalaciones agrícolas y el cultivo e industrialización de la caña de azúcar.

[1] Aguirre Beltrán, 1989, p. 15.
[2] Antonio de Herrera cit. por José Luis Martínez, p. 190.
[3] Martínez Montiel, 1993. p. 133.
[4] Wobeser, p. 71.
[5] Bermúdez G., 1982.
[6] Bermúdez, 1984, p. 171.
[7] cit. por Martínez Montiel, 1993, p. 143.
[8] Juan Ricardo de Guzmán manda "se le de a Juachin una mula aparejada, una hacha y un potro; a Joseph, hijo de Tomasa, una yegua y dos vacas. Su ropa de vestir se le de toda a los dos. A Anna, hija de Thereza, casada con hijo de Moxica, se le den 2 vacas; a Gertrudis su ropa blanca y su cama con la ropa de ella". ANX. Tomo 1759-1760. Libertad de esclavos. 18 frente a 21 vuelta. 16 de marzo de 1759.
[9] Ianni, 1976:11.
[10] Op. cit., p. 16.
[11] Martínez Montiel, 1993, p. 133.
[12] Ianni, p. 60.
[13] Genovese, p. 34.
[14] Harth-Terré.
[15] Genovese, 1970, p. 23.
[16] Brading, D. A., 1971.

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